Microterrores, de Diego Palacios Marxuach
Que
Diego Palacios Marxuach es un buenísimo, imaginativo y audaz escritor
de terror ya lo sabíamos; lo demostró con creces en su original novela
vampírica Valeria, que nos hizo creer que lo más terrorífico puede
existir en, con y a la vez que lo más cotidiano, lo más normal, lo menos
gótico y exótico. Ahora, este autor viene a demostrar otra cosa: que, a
lo ya antedicho, hay que sumarle encima la cualidad de la eficacia
y la rapidez de pluma, la capacidad de defenderse con igual horrorífica
destreza en las distancias cortas del microrrelato que en las largas de
la novela.
En un relato corto no caben los trucos baratos, los
golpes bajos, los intentos de enmarañamiento al respetable tirando de
argumentos varios, de callejones sin salida y de profundizaciones en el
dramatis
personae. El autor falto de inspiración, de entusiasmo o
de inventiva no tiene, en los relatos cortos, tramoyas donde esconderse,
prestidigitaciones para distraer la atención del lector y dirigirla
hacia lo superfluo. Una novela mediocre puede llegar a parecer, por
momentos, hasta buena, no digamos ya entretenida y satisfactoria, si se
sabe sacar buen partido de los múltiples elementos narrativos de los que
dispone el autor de hábil pluma. En los relatos sólo está el autor
contándole un cuento al lector, en un espacio vacío y con un tiempo
limitado. En los microrrelatos, se acorta el tiempo disponible, la
desnudez es absoluta. Si el relato es un cuento narrado a la luz de una
hoguera de campamento, el microrrelato es casi un duelo entre lector y
autor. Si, además, el género del que participa el microrrelato propicia o
incluso exige cierto grado de sorpresa en el desenlace, nos
encontraremos con un subgénero muy tentador, en principio, ya que
parece ofrecer resultados con poco esfuerzo; pero, en cambio,
engañosamente sencillo, y, en realidad, tan exigente como una narración
de cualquier extensión.
En Microterrores, Diego Palacios muestra
su desenvoltura y sus refrescantes dosis de descaro al enfrentarse a tan
complicada (mínima) extensión, y nos proporciona un buen puñado de
agradables
sustos.
En cualquier género, y quizá más acusadamente
en el de terror, todo está inventado, y por ello no diremos que las
sorpresas sean imprevisibles e impredecibles en todos los casos; sin
embargo, igual que cuando escuchamos una leyenda urbana de corte macabro
que hemos oído mil veces con anterioridad –la de la pareja de novios
adolescentes que oyen un chirrido metálico en la capota del coche al
mismo tiempo que escuchan la noticia sobre el loco asesino fugado del
manicomio, la de la niña que asoma el brazo desde debajo de las sábanas
para que su (supuesto) perro le lama la mano para reconfortarla –, cada
reencuentro con esa situación, esos miedos, esos desenlaces que ya
sabemos, nos proporciona el mismo escalofrío, mezcla de horror y de
alivio, que los amantes del género de terror tan bien conocen. Diego
Palacios repasa y revisita en sus Microterrores los miedos clásicos,
contextualizándolos en la época actual –con presencia de series
televisivas de moda, artefactos tecnológicos novedosos, solitarias vidas
urbanas, relaciones asépticas y muy civilizadas…– así como en
escenarios y ambientes recurrentes y siempre eficaces: la casa
misteriosa, el bosque, la noche, la soledad, lo inexplicable. Lo
exclusivamente presente y lo inevitablemente eterno se unen para dar
cobijo a lo atávico, combinando terrores de siempre y terrores
disfrazados de contemporaneidad, perfectamente situados en un mundo y en
un tiempo que parece haber desterrado lo sobrenatural y lo terrorífico,
incluso desdeñándolos. Si se adereza todo ello con un negrísimo sentido
del humor hijo de la irreverencia y del desparpajo, el resultado
será Microterrores, una lectura atrevida y original para un habitante de
un mundo que vive deprisa y que prefiere sus narraciones en forma de
episodios, como ráfagas de estímulos, en este caso, escalofriantes.