Ser Batman no es fácil. Y mucho menos divertido. Es complicado de cojones. Sé de lo que hablo, pero no me tiréis de la lengua. Es un sinvivir, un estar siempre alerta, un no disfrutar de la vida («No pude casarme con Selina. Soy incapaz de permitirme ese nivel de distracción»). ¿De qué te vale estar podrido de dinero si no lo puedes usar más que en gadgets para perseguir la maldad de tu ciudad?
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