25 septiembre 2013

Pandora en el Congo

De no ser porque una amiga me lo regaló, ni de coña hubiera leído nunca este libro. Un libro de aventuras en África, con porteadores negros cargados hasta límites sobrehumanos y tratados como esclavos a las órdenes de dos blanquitos en busca de fortuna en plena caída del colonialismo. Pfff… Simplemente imaginarlo me aburría. Muy visto, muy clásico, muy… de todo. Sólo me producía una cosa: pereza. Bueno, no; dos cosas: pereza y rechazo. Ya había demasiados libros y películas en toda la historia de la humanidad que se habían ocupado de lo mismo. Pasaba. A por otro, pensaba entonces.

Además, por la época en la que salió Pandora en el Congo, el 2005, tenía fresco el recuerdo del anterior libro del autor, La piel fría. (Algo curioso, porque mira si tengo mala memoria que cuando leo un libro suelo olvidarme de él en un plazo (asquerosamente) breve de tiempo, pero con La piel fría todavía hoy retengo algún que otro retazo y no puedo sino catalogar ese libro como bizarro). Recuerdo unos bichos, como lagartos y el protagonista enrollándose con una de las hembras… ¿Zoofilia? Posiblemente. Sí. Casi seguro que sí.
En fin, que mi memoria es, parafraseando el libro que nos ocupa, como una mujer eternamente preñada: siempre tiene caprichos.

Con todo este preámbulo que (hábilmente) estoy deslizando en la reseña como quien no quiere la cosa, no quiero decir que La piel fría no me gustara tanto como para no leer Pandora en el Congo, sino que el tema de Pandora unido al desagradable recuerdo de algún punto de La piel fría no propiciaba precisamente que el primero figurara en mi lista de libros a leer en… esta vida.

La reseña completa, aquí.


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