Decía Hanif Kureishi en una entrevista de hará un par de años que envejecer es “aprender a ir perdiendo cosas. Pierdes capacidades, trabajo, estatus, amigos y familiares, que se van muriendo, hasta que poco a poco te quedas sin nada.” Y con el tiempo es fácil comprobar que es cierto. No lo digo por experiencia vivida en primera persona, sino por la de compañeros o familiares más mayores que yo. Lo que antes era una vida a todo tren, con el trabajo como principal ocupación, el cuidado de los hijos, la familia, las facturas… poco a poco va relajándose. Los hijos dejan el nido, se tiene más tiempo para uno mismo y un buen día llega la jubilación. Los recuerdos comienzan a pesar más que las ilusiones y sueños de futuro. Después, uno de los miembros de la pareja fallará y el otro se quedará solo o atendido por los hijos, si los tiene, y los recuerdos serán entonces aún más recurrentes, tristes y venenosos, porque la vida es una perra y está así de mal concebida.
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