Creo que ya he comentado alguna vez que me gustan las historias de gente que recuerda con añoranza su infancia. La verdadera patria del hombre es la infancia, decía Rilke, y no puedo estar más de acuerdo. A fin de cuentas, un patriota de los de bandera lo será siempre tanto si nace en Albacete como si nace en Lisboa, pero la infancia es algo propio de cada uno, algo diferente, subjetivo e intransferible que, en la mayoría de los casos se recuerda con nostalgia cuando uno va creciendo y en donde todos somos –salvo excepciones de niños endemoniados poseídos por alguna entidad maligna– inocentes, castos y puros y se descubren millones de cosas por primera vez.
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