Siempre me han llamado la atención los curiosos títulos de algunas novelas negras. Los aritméticos que describen rutinas laborales (El cartero siempre llama dos veces), los que encierran verdades bajo una pregunta (¿Acaso no matan a los caballos?), los imperativos sospechosos de delitos de odio (Disparen al pianista), los gastrocanibalescos (Perro come perro), los largamente descriptivos (Los hombres que no amaban a las mujeres), los que expresan deseo de venganza extrafuerte (Escupiré sobre vuestra tumba), los que son parte de alguna canción infantil (Diez negritos) o aquellos de lacónicas despedidas (Adiós, muñeca). Por ejemplo.
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