Leí La sonrisa etrusca
hace bastante ya, pero guardo de ese libro un buen recuerdo. La forma de
narrar, la historia que se nos cuenta, los personajes… y, al fin y al
cabo, la vida misma y el paso del tiempo
era lo que se nos contaba en él.
No es de extrañar que me quedara con el nombre de Sampedro
apuntado en la memoria para seguir leyendo su obra. Tampoco es de extrañar que,
con la de lectura atrasada que acumulo, por desgracia no haya sido hasta ahora
cuando haya podido volver a encontrarme con este autor en su obra póstuma.
Últimamente le conocí (televisivamente) en su faceta de
economista (no en vano, esta era otra de sus ocupaciones y llegó a ser uno de
los más respetados de España; prologó el famoso Indignaos así como publicó una decena de libros sobre economía) y se
notaba que hablaba con mucho dominio y conocimiento sobre la crisis, el poder, los
imbéciles que nos gobiernan, los recortes… Y es más: se le veía sensato, cabal,
con la cabeza en su sitio, paciente y desbordante de vitalidad a pesar de su
avanzada edad.
Por eso sentí su pérdida, no por esperada menos impactante,
y quise leer su Sala de espera. Además, tengo especial predilección por esos
libros en los que el narrador echa la vista atrás para recordar su vida, se
para en los detalles que le marcaron y le llevaron a ser lo que fue y hace
balance. Este libro es uno de esos.
Sampedro no dejo de escribir hasta el mismo día de su muerte
(“La muerte me lleva de la mano, pero se
está portando bien porque me está dejando pensar”). Anotaba sus pensamientos
y reflexiones para concebir en este Sala de espera, (bonito eufemismo
para referirse al tiempo previo a la muerte), un libro que es parte
autobiográfico, parte ensayo, parte álbum de fotos y parte material manuscrito.
La reseña completa en LyL.
No hay comentarios:
Publicar un comentario