Aquí hay uno que cual perro de Pavlov empieza a salivar cuando se vislumbra algo tocante a la mitología (griega y nórdica, principalmente). Uno que creía que había leído mogollón de mitología, griega sobre todo. Uno que sabía que no lo sabía todo porque se pierde en los millones de nombres, relaciones, parentescos, incestos, cuernos, afrontas y venganzas de los muchos diosecillos cabroncetes –mayormente por el pichabrava sin remedio ni ganas de tenerlo de Zeus– con los que cuenta esta antigua forma de entender el mundo y explicar la vida y los fenómenos naturales y todo aquello que hace mucho tiempo era inexplicable.
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