Siempre me gustó la asignatura de
lengua. Recuerdo que en mis tiempos —y cuidado, que no soy tan viejo—, cuando
teníamos la EGB y no ESO que tenemos ahora, hacíamos dictados. No sé si se
seguirán haciendo, pero era una práctica muy educativa. El profesor o profesora
cogía un libro de los suyos, de esos que indicaban “Libro del profesor” y leía
lentamente las frases, repitiéndolas dos o tres veces y señalando únicamente
las comas, puntos y aparte, puntos y seguido y puntos suspensivos. Me
encantaban los dictados. La ortografía ha sido uno de mis puntos fuertes y eran
poquísimas las faltas que cometía ya desde pequeño. Otra cosa eran (y son) las
tildes. Mi bestia negra. Mi asignatura pendiente. No hay problema con las
agudas, llanas, esdrújulas, sobresdrújulas y monosílabos, pero los diptongos,
triptongos, hiatos… me pueden.
Por eso, cuando me ofrecieron la
posibilidad de hacerme con la Ortografía escolar de la lengua española,
no lo dudé. Siempre se puede aprender algo. Siempre. O despejar alguna duda o
fortalecer algo ya aprendido o incluso poner a parir a los académicos con las
nuevas reglas…
Reseña completa, aquí.
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