La portada me
engañó. Piqué. Y nadie puede culparme, nadie. ¿Cómo iba a sospechar que lo que
servía ese elegante pero esquelético camarero tuerto tras una barra algo
descuidada, la verdad, sobre la que se veía un cóctel con un ojo por aceituna, una
vela desgastada con churretones de cera y con unos estantes tras él repletos de
pócimas, cabezas descompuestas, murciélagos embotellados y otros bichos y
coronado por el título Shock Anthology
no eran historias de terror? ¡Apuesto a que cualquiera hubiera pensado como yo,
pardiez!
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