Cuando uno se entera de que uno de sus escritores preferidos
tiene calentito un libro cuya salida es inminente se produce un proceso de
combustión en su interior. Una llama se enciende dentro y corre a informarse
por su cuenta sobre ese libro para avivar más la llama y las ansias vivas o
para domarlas. En mi caso eso me sucede, entre otros, con Pérez-Reverte. Ya he
reconocido más de una vez que soy fan de él. Pero ojo, no hay que confundir fan
con fanático. No por gustarme las novelas de un autor automáticamente tiene
porque gustarme todo lo que haga, diga o escriba. De hecho, no pude pasar de la
mitad de El tango de la guardia vieja
(y eso que lo tengo dedicado), fracasé en el intento con Cabo Trafalgar, me aburrieron La
Reina del Sur y La carta esférica
y Falcó me dejó algo frío. Pero sigo
fiel al autor porque me ha hecho pasar ratos muy buenos con, por ejemplo, Lucas
Corso en el Club Dumas (uno de los
pocos libros que yo, que no soy muy de releer nada, he revisitado más de una y
de dos veces), he gozado con todas las peripecias de Alatriste, me he
despollado con La sombra del águila,
y en definitiva, lo he pasado teta con la mayoría de sus libros.
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