También me gustó que los vampiros fueran vampiros y no nenazas. Que su boca fuera monstruosa, que dieran miedo, que fueran salvajes, que hablaran un idioma solo entendible entre ellos,…
La película estaba bien hecha, los actores correctos y la historia más que digna.
La cinta se basaba en un cómic (creado por Steve Niles y Ben Templesmith) que ha tenido varias entregas (la que hoy reseño creo que hace la número siete). Sin embargo, por lo que sé, salvo el primer tomo inspirador del filme, los demás no valen nada. Al menos eso es lo que he leído.
Pero, he aquí, que descubro que el guionista de esta entrega es David Lapham, guionista especializado en el género negro y cuyo Mátame me gustó mucho.
Las reseñas de este tomo lo ponían bien, así que me animé, lo pillé, lo leí y lo reseño.
Los viejos vampiros, los europeos, no aprueban el comportamiento de los vampiros americanos. No cumplen las normas: se dejan ver, no les importa que el mundo conozca su existencia, montan orgías… Por eso deciden enviar un escuadrón de la muerte para acabar con ellos.
Rufus consigue salvarse de una de estas purgas y para sobrevivir decide vivir en lo sucesivo pasando desapercibido, controlando su sed de sangre, integrándose en una comunidad de vecinos, echándose novia. Y todo le iría bien, si no llegara a venir su familia…
Me ha gustado especialmente el humor negro que salpica la historia, y el líder del escuadrón de la muerte. Por momentos no parece un cómic de vampiros, más bien un thriller urbano, algo así como Un día de furia, por ejemplo, cuando vemos a Rufus aleccionar al sobrino de los vecinos, controlando sus ganas de matarle.
Dibujo y entintado muy buenos, al igual que la historia. Lástima que se lea tan rápido. Quiero más.
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