29 octubre 2014

Una madre


Si mi trabajo consistiera en idear frases ingeniosas que fueran impresas en las bandas promocionales de los libros (esas que algunos libros llevan, que usamos como punto de lectura y que al acabarlo acaban en la basura, al menos en mi caso) para este encargo no me lo pensaría mucho: “Te revienta las entrañas”. Así de claro, así de impactante y así de sincero. Sin exagerar nada. Emotivo es poco…

Y, sin embargo, qué difícil es hacer una reseña de este libro en la que se pueda trasladar todo lo que he sentido al leerlo y todo lo que el libro cuenta…

Habrá que empezar por algún sitio… (Sí, ya me he dado cuenta, los tres párrafos acaban con puntos suspensivos, qué le vamos a hacer).

De siempre me han gustado las tramas de familia, las tramas en las que se ven las trayectorias de sus miembros, de saber cómo han cambiado de lo que eran a lo que son ahora, de sus recuerdos y nostalgias, tan comunes a cada uno de nosotros y tan diferentes al mismo tiempo.

En Una madre, nos situamos en Barcelona, horas antes de la cena de Nochevieja. Amalia, la madre –65 años–  y prota, por fin ha podido reunir a toda la familia y está nerviosa por ello. Por ello y porque intuye que será una noche de acontecimientos, en la que lo único que le va a importar es estar con los suyos con “su sangre” y, si es posible, intentará ayudar a todos y que se hable de todo lo que se calla porque en esa familia “cuesta tanto decir las cosas”.

Como un invitado más nos sentaremos a la mesa cual convidados de piedra para asistir a sus conversaciones y enterarnos de sus heridas, sus secretos y sorpresas.
El retrato que Alejandro Palomas hace de la madre es tragicómico. Por un lado se nos presenta como alguien con pocas luces que es capaz de creerse timos de los que cualquiera pondría tierra por medio o como una samaritana capaz  de guardarle a un joven del parque una “paquete de harina” o incluso como alguien que contrata tres líneas de ADSL sin tener conexión a Internet. Pero por otro lado es de todo menos tonta porque se da cuenta de todo. De todo. Es más. En ocasiones parece que sea demasiado lista y el resto del tiempo se haga la tonta.

Y es que tras divorciarse de un hombre que fue mal marido, mal padre y estafador  Amalia se desató y comenzó a vivir la vida como nunca antes. Esa será una de las lecciones de este libro. Vivir sin miedo, porque no hay nada más triste que llegar a una edad y no haber vivido lo que se ha podido vivir. Y esto que parece tan lógico y obvio, muchas veces se nos olvida. Amalia se preocupa por sus hijos, sufre por ellos y quiere que sean felices, especialmente Fer, el narrador de esta historia, quien ha decidido esconderse de la vida. Pero todos, tanto sus hijos (Fer, Silvia y Emma) como el tío Eduardo tienen sus cosas y es Amalia quien carga con parte de ese peso.

Reseña completa aquí.


19 octubre 2014

Elizabeth ha desaparecido





“Elizabeth ha desparecido” no solo es el título de este libro. Es también el mantra que Maud se repite a sí misma, la frase que apunta en papelitos que va dejando por su casa (y en otros que también mete en su bolso y caen de él cuando rebusca en su interior), pero  que no recuerda haber escrito a pesar de reconocer su letra. En el bolso también tiene papeles con recetas, listas de la compra y demás… y la casa la tiene plagada de notas del tipo “nada de cocinar”, “ni siquiera huevos”, “no comprar más latas de melocotón”… Su vida es el post it del post it del post it…

“¿Cómo resuelves un misterio cuando no recuerdas las pistas?” es la frase que aparece en portada, la que te vende el libro, te inyecta el gusanillo de la intriga y también, junto a la foto de una silla vacía mirando a una ventana abierta, te aclara algo por donde pueden ir los tiros de esta novela. Y es que…¿cómo no va a querer leer una novela así un aficionado a la novela negra? ¡De cabeza!

A decir verdad la ¿desaparición? de Elizabeth no será el único misterio que Maud, de ochenta y dos años (no setenta como figura en la contraportada) tendrá que desvelar ya que a medida que vamos avanzando en la lectura somos testigos de cómo su alzheimer hace lo propio.

Olvidarse de que acabas de desayunar y volver a hacerte unas tostadas y un té, no poder seguir una conversación porque olvidas de que estabas hablando, tener la sensación de que tienes recordar algo sumamente importante y no poder hacerlo, caminar por la calle sin saber cómo has llegado hasta ahí, olvidar los nombres de las cosas… Para ella todo son, poco a poco, más y más misterios. Como para ponerse a hacer de detective…Son tantas y tantas las escenas cotidianas en las que usamos la memoria sin darnos cuenta y que nos parecen tan normales. Si a todo esto le sumamos que a Maud el tema de Elizabeth le obsesiona y que hay detalles que la retrotraen a setenta años atrás, en el Londres de después de la Segunda Guerra Mundial –cuando tiene lugar otra desaparición en su vida, la de su hermana– y que a veces confunde pasado y presente, tenemos un cacao impresionante en la cabeza de la pobre Maud.

Reseña completa aquí.


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