Que los animales sienten y padecen es algo que siempre he
sabido. ¿No es de sentido común? Si tienen un sistema nervioso sienten el
dolor. No hay vuelta de hoja. En serio, no la hay, por muy cavernícolas que
algunos energúmenos se pongan, pero hoy no vamos a tratar del dolor. O al
menos, no del meramente físico.
A los jóvenes
científicos, afirma el autor del libro de hoy, se les enseña que la mente animal (si existe –y sí, existe–) es
insondable. Hay que evitar a toda costa las cuestiones acerca de la vida
interior de los animales, y sin duda la tienen. Es una cuestión que no hay que
tratar porque nos cuesta reconocer que la barrera entre humanos y animales es
artificial, ya que los humanos también son animales. En la década de los
70, el libro La cuestión de la conciencia
animal provocó que muchos etólogos marginaran a su autor, David Griffin,
quien averiguó el uso que hacían los murciélagos del sonar para orientarse.
“Sugerir que otros animales podían sentir algo, cualquier cosa, no solo podía
provocar un momento incómodo, sino que podía acabar con tu carrera”.
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