Este año me dio el siroco de leerme El Quijote. No porque este 2016 fuera el 400 aniversario de la
muerte de Cervantes ni porque haya habido excesiva publicidad sobre el
acontecimiento (que no la habido, en mi opinión, ni en exceso ni casi de
ninguna otra manera. Y es más, puede que
si la hubiera habido no lo hubiera leído. Aunque también es verdad que si
Cervantes fuera inglés otro gallo cantaría y los orgullosos ingleses no habrían
dejado ni un día del calendario sin programar algún acto relacionado con el
escritor).
Pero no. No era ese el motivo. Simplemente sucedió que
apetecíame. Tiempo ha que quería yo enterarme de las hazañas del hidalgo, pero
la reputación y el respeto (inclusive ¿acojone?) a la hora de abordar semejante
obra, habiendo leído a gente cosas como que si era un rollo por acá, que si era
extenso en demasía por acullá, que si hacía falta otro tomo para aclarar los
palabros… y a todo esto añádase que juntabánseme
otras lecturas que acababan siempre por relegar al libro a otro momento más
oportuno. Pero tenía que leerlo. Una obra tan importante en la literatura
española y mundial merecía que menos que una oportunidad. Y también había
opiniones buenas, que es cosa menester que se sepa.
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