Me gusta cocinar. Me relaja moverme en la cocina, cortar
puerros, jugar con las especias, medir las cantidades, recrearme con la
inacabable cantidad de accesorios, golpear la carne, macerar los preparados,
cumplir los tiempos, hervir el agua, salpimentar las salsas, llorar con la
cebolla, probar el punto de sal, triturar ingredientes, darte cuenta de que te
falta algo e intentar hallar un sustituto, dejar hecha un cristo la encimera,
mesa y fregadero… mientras bebo una copa de vino.
Eso dice mucha gente. Yo no. No me gusta (tampoco me
disgusta) y tampoco me relaja. Tampoco bebo una copa de vino. Lo cierto es que
se pierde mucho tiempo en la preparación de la comida. Tiempo que podría estar
aprovechando viendo una serie, leyendo o qué sé yo… Pero tampoco es lo peor
cocinar. Para mí lo peor es saber qué cocinar. Pensar. Elegir de entre los
elementos del congelador o frigo o despensa, qué preparar para el día
siguiente.
Reseña completa en LyL.
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