Supongo que no es
solo cosa mía, pero, de pequeño, en la infancia, adolescencia, e incluso
tardoadolescencia, cuando no sabía o entendía algo y me lo explicaban,
imaginaba que llegaría el momento en el que lo sabría todo y no tendría que
consultar a nadie. Al crecer te das cuenta de que no, de que básicamente,
sigues siendo la misma persona, tal vez con otro carácter, con una suma de vivencias
acumuladas que lo han forjado, con experiencias traumáticas (o no) y, en
definitiva, con años de experiencia. Pero no lo sabes todo. Ni de coña. Ni lo
sabrás. Es el mismo caso que el de mucha gente que está convencida de que al
morir, de golpe será supersabia y trascendente que te cagas y que en ese
momento en el que el “espíritu” abandone la carne, todos los misterios de la
vida, el propósito del ser humano, el “qué somos, a dónde vamos y de dónde
venimos”, les será revelado. Y no. Eso tampoco va a pasar.
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