18 febrero 2012

El señor de las Tinieblas



















Editorial Plaza y Janés

319 Páginas

Alberto Vázquez-Figueroa




Me encantan los libros en los que el protagonista tiene que vérselas con el diablo y hacer un pacto con él a cambio de algo, generalmente su alma.


A menudo se tiende a retratar al Maligno, erróneamente en mi opinión, como un personaje intrínsecamente malvado preocupado tan solo por acaparar almas. En El Señor de las Tinieblas (cuyo título, aunque parezca mentira, no hace referencia al diablo) asistimos a la oferta que Lucifer le hace a un científico y ateo Bruno Guinea-la curación del cáncer a cambio de su alma- en donde se nos presenta como un ser crítico con el Creador de todo éste mundo, el máximo defensor del libre albedrío y alguien que no tiene ningún interés en hacer sufrir al ser humano en vida.


Pero tampoco se lo pondrá fácil a nuestro protagonista ya que la cura de la enfermedad tendrá que ir buscarla a la Alta Amazonía, en Quito, dónde tendrá que soportar jornadas de calor, atravesar puentes no aptos para gente con vértigo y soportar mil y un peligros y fatigas en forma de animales y meteorología adversa.


El libro, primero que leo del autor, se hace muy interesante desde el comienzo, la prosa es ligera y facilita la rápida lectura. Las descripciones son breves, cosa que agradezco, y en general la historia está bien narrada. Pero también se nota que el autor tiene algo de prisa en acabar el libro. Parece que se ha tomado su tiempo en contarnos la introducción y el nudo y que al llegar al desenlace ha optado por una vía rápida, como si se hubiera aburrido de la historia. El final, a pesar de parecerme apresurado, no está mal, pero no me ha gustado. Hubiera sido mil veces mejor y hubiera dado mucho más juego e incluso hubiera podido hacerse más extenso el libro, con el otro final posible.


Me han gustado algunas de las conversaciones con el diablo. Para muestra, extracto de uno de los argumentos de nuestro diablo:


“quien inició todo esto se encuentra muy, muy lejos, más allá de un millón de galaxias, con nuevas formas de vida cada vez más perfectas, por lo que hace millones de años que se olvidó de una minúscula mota de polvo espacial llamada Tierra, y de sus imperfectas criaturas.”

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