23 mayo 2016

¿Amanecer?

Por desgracia, estaban en lo cierto. No erraron quienes vaticinaban que con la llegada del nuevo año el mundo tocaría a su fin por nuestros pecados.
Semanas antes, el pueblo, bullía y se tomaba a chanza a aquel escaldo caído en desgracia. Reían y le increpaban, le lanzaban huevos podridos y tomates maduros. Si le hubiéramos hecho caso… dudo que hubiera servido de algo.

El día antes muchos no salieron de sus casas; tal era su miedo. No había sucedido nada anormal, pero se dejaba sentir en el ambiente. Había algo, invisible, extraño, anómalo, que había aterrorizado a nuestra pequeña villa.
Los animales compartían, como si fueran parte de la familia, las mismas estancias que nosotros. Todos hacinados, humanos y bestias, sin hacer ruido, como si el ruido fuera a conjurar el desastre. Rezábamos a Dios, a la Virgen y a los Santos en silencio. No hacíamos nada más durante todo el día.

El día siguiente no salió el Sol. Ni al otro, ni al otro, ni al siguiente… Las tinieblas se adueñaron del cielo como si el mismo Averno se hubiera instalado en él, y solo de vez en cuando un jirón de cruel esperanza escapaba de las negras y humeantes nubes. Cuando eso ocurría, era absorbido por aquel enorme, pulido y brillante… ¿trozo? de piedra negra y rectangular que desde aquel fatídico primer día del año mil de Nuestro Señor, apareció en medio del mercado.


Dos años llevamos ya sin ver el astro de fuego y no sabemos si alguna vez habrá aquí más amanecer. 

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