24 noviembre 2006

Claire Afterlom



Falta poco, poquísimo para que el primer libro editado por "El Tragaluz" vea la luz. No lo he leído todavía pero todo el que lo ha hecho dice que está francamente bien. Y encima va de vampiros.

Esta es la sinopsis:

"Una nueva experiencia de horror vampírico. Claire Afterlom, una joven apocada, tímida, marcada desde su infancia por un destino con signos de tragedia, caerá en las redes de una oscura comunidad de vampiros oculta en la ciudad de Vitoria, regida por una sanguinaria dama de casi mil años de antigüedad.

Dos valientes cazadores, pertenecientes a una orden religiosa dedicada durante siglos a exterminar criaturas de la noche, perseguirán afanosamente a la conocida como La Errante. La cacería acaba de comenzar, la profecía que vaticina el nacimiento de una nueva reina oscura está a punto de cumplirse.


El tiempo se acaba…"

Ha costado mucho llegar hasta aquí y hay mucha ilusión en el proyecto. Se prevé que el libro estará disponible la primera quincena de diciembre y en principio se hará una tirada relativamente pequeña que podrá aumentarse si, como esperamos, el libro tiene éxito.

Por último, os dejo una carta promocional al estilo de la de "La historiadora":

CARTA DE DEMIAN T. AMELIO
(Registro Privado nº 3453)



Aquí estoy, observando cómo rompen las olas a mis pies. La brisa acaricia mis cabellos y me devuelve aromas que creí haber olvidado. Ha pasado mucho tiempo. Si pudieras verme... no he cambiado a pesar de que los años han hecho mella en mi persona. Intentaste matarme y no lo lograste, por ello siempre pienso que la vida que he disfrutado ha sido prestada, que mi destino debió sellarse en aquella cripta. Cada día, desde entonces, he tenido recuerdos tuyos y he sufrido pesadillas. Creo que estás en alguna parte a la que yo no podré acceder al morir. Ojalá no hubiera ocurrido. Tardé varios años en creer que te habías ido para siempre y que la amenaza había sido conjurada. Durante ese período estuve solo, contemplando el declive de nuestro mundo desde una posición de privilegio. No ha sido fácil coexistir con seres cuyas creencias han sido anuladas por la ciencia y la tecnología. Un progreso desenfrenado dentro del cual me consta que los de tu especie, aquellos que tratan de sobrevivir, nunca podrán adaptarse. Nos hemos apropiado del miedo ahora, lo hemos empaquetado y etiquetado, lo distribuimos a través de redes virtuales, de cables y pantallas.
Mas mi soledad duró menos de lo que temí. Me casé con una preciosa joven. Tuve con ella una niña a la que pusimos tu nombre. La veo crecer, adquirir los rasgos de la inteligencia y la experiencia, aceptar el mundo tal como es presentado, compartir la mentalidad práctica de todos sus habitantes ahora que los fantasmas del pasado ya no existen. Respecto a mi mujer, Isabel, jamás he tenido ningún problema con ella, aunque a veces resulte complicado acceder a su mundo, a su manera de ser. Diferimos en varios aspectos que nos han conducido a enriquecedoras discusiones. Es un ser bello y agradable que ha contribuido enormemente a mi felicidad y yo he intentado corresponder lo mejor que he podido. Jamás superaré su dedicación hacia mí, su entrega afectuosa. Es un amor que va más allá de todas las ideas preconcebidas, que no se marchita con el paso de los años. En ocasiones siento que no le he dado todo lo que se merece. Y aún así, teniéndola al lado en las noches más oscuras, confortándome, mi mente se aparta y regresa a ti, con un hondo temor.
Te preguntarás si alguien puede sentir afecto y nostalgia por ti, un ser diferente y peligroso. Si yo, que fui tu asesino, aún puedo recordarte en tu tétrica hermosura antes de quedar reducida a polvo en un sucio agujero. Un breve instante congelado, el instante en que tus ojos refulgentes me miraron por última vez y reconocieron la fatalidad que los apagaría y cerraría para siempre. Aún sabiendo que libré al mundo de una terrible amenaza, desde mis horas de soledad te suplico el perdón. Sí, me arrepiento y lo haré hasta el final de mis días. Estas décadas no han logrado callar tus gritos, ni oscurecer la visión de tu sangre, de tu corazón destruido.
Ahora anochece. Todavía un escalofrío me recorre la espalda cuando el sol se oculta. Más aún desde que la Orden de los Cruzados se extinguió sin sucesores. Ahora los tuyos vagan con libertad, en un número más reducido, moviéndose por los cinco continentes. ¿Qué pueden hacer? No hay lugar para ellos en el futuro y siento cierto pesar. Sólo puedo conjeturar sobre los lugares a los que habrán llegado, las dificultades que deberán afrontar. Juro que les tengo lástima, más de la que ellos mismos se tienen.
En verdad este mundo se dirige al caos. Este siglo es un desastre, es todavía peor que el anterior. Una completa locura. Isabel me ayudó y consoló en los tiempos duros y, debo decir que, gracias a ella, he cumplido noventa años y tengo esperanzas de llegar a los cien. Ya no me queda nada por hacer, pero quiero seguir viviendo. Temo la muerte. No creo en un más allá repleto de luminosos seres angelicales que me guíen. He sido y siempre seré un naturalista. Creo en lo orgánico, en lo material, en las leyes físicas y biológicas que rigen el Universo, en la Naturaleza como creadora y destructora. Soy humano, de carne y hueso. Mi alma es mi mente. Mis recuerdos son míos. He visto cosas que me dejaron absorto. Para todas encontré explicaciones racionales. Pero jamás comprendí tu poder. Tampoco Martha lo comprendió. Ni lo hizo ninguno de los Cruzados que os persiguieron durante tantos años. Eso fue lo que me fascinó de ti. Tu poder, la pura ignorancia, el hallarme siempre a tu merced, la apertura paulatina a un nuevo nivel de la existencia física, más profundo, más rico y sugestivo. Por ello dudo a veces de que tú, mi hermosa imagen, hayas regresado a la naturaleza, al humus del suelo, a la tierra madre como todos los cuerpos muertos, sin alcanzar las esferas de luz de los falsos paraísos prometidos.
Camino observando a la gente, sobre todo a personas jóvenes o de aspecto joven. Moviéndose por el mundo de noche. No he vuelto a encontrar a nadie como tú. Me alegro de que no hayan aparecido en mi vida ni en la de los míos buscando venganza. Y yo, por mi parte, jamás he revelado mi pasado en la Orden, a nadie, ni siquiera a mi esposa, por temor a que se alejara de mí.
Las nubes teñidas de púrpura se desvanecen y la oscuridad comienza a engullirlo todo. Ya no veo el sol, se ha ocultado. La temperatura resulta agradable, la brisa aumenta, pero no molesta en absoluto. Asomado a esta barandilla lo veo todo. El cielo surcado por vehículos reducidos a puntos de luz, la tierra iluminada de mil colores, rebosante de actividad. El mundo feliz del futuro, el mundo aséptico y tranquilo donde el vuelo de un simple murciélago sólo es una curiosidad pintoresca. Y el sol, cuyos rayos caen ahora atenuados tras la restauración del ozono.
No hubieses podido sobrevivir en este mundo.
Y ahora permíteme decirte algo más, algo entre tú y yo. No he completado la biblioteca de la Orden como se me pidió tras tu muerte. Eso me acarreó muchos problemas. Se me acusó de muchas cosas, pero nadie pudo demostrar nada, ni el más leve indicio de traición. ¿Por qué lo hice? Por dos motivos: el primero y más importante, necesito tenerte en mi recuerdo tanto como respirar. Y segundo, tu historia y la de quienes te acompañaron debía perderse, quedar en un limbo inalcanzable, borrarse completamente para que ellos no te mancillasen. Nunca lo hubiera soportado. Ver tu nombre escrito en sus tratados, en sus libros, como referencia, como Historia que debe ser estudiada... no, tú no. Tú tenías que ser libre incluso después de muerta. Esa fue la decisión que tomé y no me arrepiento en absoluto, porque ahora sólo yo te recuerdo y me llevaré tu imagen conmigo. Créeme cuando te digo que intenté vencer la tentación de escribirlo todo y aún considero una traición a ti y a mí mismo redactar esta carta y registrarla. Lo hago porque quizá, dentro de cinco o diez años o en mi agonía, mi mente pueda quedar afectada y te olvide. Necesito una referencia para llegar a ti pase lo que pase y me aseguraré de que esta carta se destruya cuando yo me haya ido. Mi hija se encargará de hacerlo y confío plenamente en su discreción. Le pediré que no la lea y ella no la leerá. Estoy seguro. Tengo lagunas y destellos que van y vienen y me cuesta hilvanar mis pensamientos, de modo que ésta es la mejor manera de actuar.
Ahora pienso en Martha. También la añoro. Tuve que recoger todo su legado, terminar su trabajo. Ella os persiguió enconadamente hasta consumirse. Sé que tú no la mataste. Luchabas contra mí en ese momento y yo sólo pensaba en acabar contigo, espoleado por el miedo, la ira y un cierto fanatismo. Martha era metódica, resuelta y tenaz. Ella me dio la fuerza que necesitaba y que culminó en tu muerte. Supongo que ella no se sentiría orgullosa al saber que dejé la Orden menos de un año después de los sucesos en la cripta. O tal vez sí. ¿Qué me hubiese dicho, con esa manera tan suya de hablar? He olvidado su rostro, ni siquiera sueño con ella, pero recuerdo sus últimas palabras como si aún me las estuviera susurrando...
¿Qué ocurrirá en estos momentos? Muchos despiertan ahora, lo sé, comenzarán a buscar su alimento, se divertirán haciendo ostentación de sus poderes diabólicos o continuarán arrastrando su culpa y su maldición, vagando sin rumbo. Ya no hay nadie para darles caza. ¿Para qué, si nadie cree en ellos? ¿Renacerá su dominio? No lo sé.
Nunca leerás esta carta, se perderá como todo lo demás. Como tu susurrante, mortal, engañosa voz. Como tu rostro algo pálido, tus brillantes ojos, tus negros cabellos que parecían flotar ante mí. Incluso mientras disfruté de un apasionado noviazgo con la que sería mi esposa, podía verte en la oscuridad, sentirte con la misma certeza, como si realmente estuvieras ahí, mirándome. A mí, a quien deseó acabar contigo, destruir tu corazón, mutilarte, reducirte a cenizas y entregarte a las esferas de la espiritualidad cristiana. Traiciono a los míos cada vez que te traigo de vuelta a mi memoria. Sufro tristeza y nostalgia porque para mí sólo eres una imagen, un sonido, no eres perfecta ni puedo tocarte y a veces te diluyes sin que me importe demasiado.
Disculpa mi exceso de pasión y sentimentalismo. Tengo miedo. Temo a la muerte, no sé qué habrá después. Temo encontrarme con alguien que me odie y posea tu semblante, que me aguarde con una sonrisa maliciosa en unos labios negros, de cuyo pecho hendido brote sangre negra que enrojece y regresa a la herida que se cierra. No deseo morir y encontrarme contigo, no quiero que seas tú quien mitigue mi sufrimiento.
Tengo miedo de ti, Claire Afterlom.

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